Para iniciar:
¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la
presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para
saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por
la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.
Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene
de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente
quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me
haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida,
y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le
caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para
mantenerse de pie ante mis ojos.
Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han
pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte.
Si viniese ahora mi amigo Peyriet, les diría que yo no le conozco y que debemos
empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy
sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a
verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.
Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país
extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía
inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le
sorprendería tan inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla:
quién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido,
puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.
¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que
no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he
vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí!
Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan
piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora
avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: «Si la muerte hubiera sido
otra...». Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas de
Sacre-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su
boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto
cordial de las distancias.
¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.
Texto: César Vallejo/ Pintura: Francis Picabia
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